Un hombre de letras dijo a un sufi:
-Ustedes los sufis dicen a menudo que nuestras preguntas lógicas son incomprensible para ustedes. ¿Puede darme un ejemplo de lo que parecen?
El sufi respondió:
- Aquí hay un ejemplo. Una vez estaba viajando por tren y pasamos por siete túneles. Frente a mi estaba sentado un campesino que obviamente no había viajado nunca antes en tren. Después del séptimo túnel, el campesino se dirigió a mi, y dijo: “Este tren es demasiado complicado. Sobre mi burro puedo llegar a mi aldea en un solo día. Pero por tren, que parece viajar mas rápido que un burro, todavía no hemos podido llegar a mi hogar, a pesar de que el sol ha salido y se ha ocultado siete veces”.
-Ustedes los sufis dicen a menudo que nuestras preguntas lógicas son incomprensible para ustedes. ¿Puede darme un ejemplo de lo que parecen?
El sufi respondió:
- Aquí hay un ejemplo. Una vez estaba viajando por tren y pasamos por siete túneles. Frente a mi estaba sentado un campesino que obviamente no había viajado nunca antes en tren. Después del séptimo túnel, el campesino se dirigió a mi, y dijo: “Este tren es demasiado complicado. Sobre mi burro puedo llegar a mi aldea en un solo día. Pero por tren, que parece viajar mas rápido que un burro, todavía no hemos podido llegar a mi hogar, a pesar de que el sol ha salido y se ha ocultado siete veces”.
Había una vez- y esta es una historia verídica- un
estudiante que solía ir todos los días a sentarse a los pies de un maestro sufi,
para tomar notas de lo que él decía.
Por estar tan abstraído en sus estudios, no podía ejercer ninguna ocupación lucrativa, que le aportara ganancias.
Una noche al llegar a su casa, su esposa le colocó enfrente una fuente cubierta con una servilleta. Tomo la servilleta y se la puso alrededor del cuello; entonces vio que la fuente estaba llena de plumas y papel.
- Puesto que esto es lo que haces todo el día – le dijo – trata de comértelo.
A la mañana siguiente, el estudiante fue, como de costumbre, a aprender de su maestro. Aunque las palabras de su mujer le habían entristecido, continuó siguiendo el patrón de estudios acostumbrado y no salió a buscar trabajo.
Después de unos minutos de escribir, encontró que su pluma no estaba funcionando correctamente.
- No te apures- le dijo el maestro – Ve al rincón, trae la caja que encontrarás allí y póntela enfrente.
Cuando se sentó y abrió la tapa de la caja se encontró con que estaba llena de comida.
Por estar tan abstraído en sus estudios, no podía ejercer ninguna ocupación lucrativa, que le aportara ganancias.
Una noche al llegar a su casa, su esposa le colocó enfrente una fuente cubierta con una servilleta. Tomo la servilleta y se la puso alrededor del cuello; entonces vio que la fuente estaba llena de plumas y papel.
- Puesto que esto es lo que haces todo el día – le dijo – trata de comértelo.
A la mañana siguiente, el estudiante fue, como de costumbre, a aprender de su maestro. Aunque las palabras de su mujer le habían entristecido, continuó siguiendo el patrón de estudios acostumbrado y no salió a buscar trabajo.
Después de unos minutos de escribir, encontró que su pluma no estaba funcionando correctamente.
- No te apures- le dijo el maestro – Ve al rincón, trae la caja que encontrarás allí y póntela enfrente.
Cuando se sentó y abrió la tapa de la caja se encontró con que estaba llena de comida.
Había una vez, no hace mucho tiempo, un cierto edificio infestado de ratas. Los encargados decidieron matarlas.
Una noche diseminaron raticida. Pero a la mañana siguiente el veneno había desaparecido; las ratas se lo habían comido.
“Cambiaremos el tipo de veneno”, dijeron, e hicieron un nuevo intento.
Pero también esta segunda dosis letal fue golosamente ingerida por las ratas, y dejaron signos de que habían aprovechado esta nueva dieta.
Se decidió entonces emplear las viejas tramperas a resorte y para tentar a estas ratas a prueba de veneno se utilizó como cebo suculentos trozos de queso.
Uno de los cazadores de ratas tuvo entonces una inspiración. Puso en las tramperas queso espolvoreado con veneno. “Quizá las ratas hayan desarrollado un gusto por el veneno: quizá les haga bien”, pensó. El nuevo plan se puso en ejecución esa misma noche. A la mañana siguiente las tramperas estaban repletas de saludables y fuertes ratas.
De esta historia se puede extraer toda clase de moralejas y enseñanzas. Pero es absolutamente verídica. ¿Piensa usted que las fabulas son meros productos de la fantasía y destinados a divertir o instruir?. Las mejores se extraen de la vida real, de la comunidad y de los procesos mentales del individuo.
Mulá Nasrudin estaba contemplando un pequeño lecho
de juncos cerca de su casa. Pensó que extendería el lecho y cultivaría juncos,
luego podría vender los juncos y con el dinero construiría un hermoso jardín. De
repente se dio cuenta de que un lecho de juncos parecería ridículo en un jardín;
Nasrudin arrancó los tallos, como primer paso hacia su jardín que, por supuesto,
dependía de que el lecho de juncos se extendiese…
En el País de los Idiotas,
"un granuja fue perseguido hasta un teatro.
La policía de inmediato cerró todas las salidas. Desgraciadamente, el hombre
escapó por una de las entradas".
Dos locos conversaban:
-¿Dios me habló!- dijo uno.
-¿No es verdad! No hice tal cosa- contestó el
otro
Érase una vez tres
derviches viajeros que llegaron a un caravasar muy entrada la noche y buscaron
alojamiento para ellos y sus asnos. El posadero se había retirado a la cama,
pero el sirviente que se encontraba de guardia les proporcionó servicio de
establo y una habitación por quince dirhams de plata, que los derviches pagaron
por adelantado.
Por la mañana, si embargo, el propietario se dio cuenta de que a los derviches se les había cobrado de mas accidentalmente; el alquiler debía haber sido de diez dirhams, de modo que les envió un portero para que les devolviera cinco dirhams.
El portero no era particularmente honesto y, además, pensó que cinco dirhams entre tres personas eran difíciles de repartir. Se dijo a sí mismo: “Para que los derviches no riñan entre ellos, les daré sólo tres dirhams de vuelta, y me quedaré las otras dos monedas para mi”.
Esto es lo que hizo, de manera que los derviches sólo pagaron doce dirhams.
Esto significa que a los derviches se les cargó doce dirhams y que el portero robo dos: en total, catorce dirhams. ¿Dónde había ido a parar un dirham?
Mucha gente, cuando se les presenta este enigma, cree que, en efecto, hay un dirham desaparecido. Pero, realmente, eso no puede ser, ¿o acaso sí?
Justo, del mismo modo, la gente imagina misterios donde no hay ninguno.
Cuentan de un hombre que solía comer vastas cantidades de comida a la noche y luego oraba de pie hasta el amanecer. Un sabio, oyendo esto, comentó: “Si él comiera la mitad de un pan y durmiera, estaría mejor de lo que está”.
Me quejé a mi Sheikh de que alguien había criticado injustamente mis actividades. Él contestó: “Avergüénzalo por medio de la bondad”.
Los envidiosos no pueden hablar mal de ti
Si atiendes a tu conducta y a tus oraciones.
Cuando la lira está afinada,
¿Cómo puede ser afectada por el afinado?

Había una vez, una anciana que había sido famosa durante 30 años por el sabor delicioso de sus tartas de albaricoque. Todo el mundo en kilómetros a la redonda había oído hablar de las tartas y las comían cuando tenían la ocasión. En el curso de los años, cientos de personas la asediaron pidiendo la receta.
Ella continuó haciendo las tartas todos los años durante la estación de la fruta de hueso; distribuía las tartas a diestro y siniestro, pero no le decía a nadie la receta.
Un día, temiendo que la mujer muriera sin haber transmitido el secreto, un hombre rico – quien también tenía algo de avaro al tiempo que amante de las tartas de albaricoque - ofreció una recompensa de cien monedad de oro por el secreto.
No pudo encontrar a nadie que cocinase tartas como la anciana, aunque una multitud de gente solicitase la recompensa, pretendiendo que podía hacerlo. Finalmente, sin embargo, se sorprendió al encontrar a la mujer a su puerta, ofreciendo vender la receta.
- Pensé que nunca se la dirías a nadie – balbuceó el hombre rico.
- Ah, pero primero quería encontrar un signo de sinceridad –dijo la anciana.
- Pero ¿cómo sabes que soy sincero? – preguntó el avaro.
- Tú-dijo la anciana- eres un hombre que ama el oro. Que estés dispuesto a desprenderte de una parte de él, y no digamos cien monedas de oro, muestra, al menos mediante tu propio patrón, que eres sincero. Esto es lo más cercano a la sinceridad que, según parece, podemos llegar en esta región. De modo que te daré el secreto.
El hombre rico se sentía encantado, tomó un lápiz y un trozo de papel y pidió a la mujer que dictase.
- No necesitaras lápiz y papel –dijo ella- ya que no hay mucho que decir. Recojo albaricoques gratis, de los árboles de gente caritativa. Luego añado agua y un poco de miel; y eso es todo lo que hay.
- ¡Pero así es como todos los demás hacen tarta de albaricoque! –exclamó el hombre-- Ciertamente no te voy a dar cien monedas de oro por decirme eso.
- Tómalo o déjalo- dijo la mujer.
- No tiene sentido alguno – dijo el avaro-, pero si el secreto no está en los ingredientes, debe encontrarse en la costra de la tarta. ¿Cómo la haces?
La mujer sonrió.
- No la hago en modo alguno. Me acerco al panadero de la villa y le pido algo de la masa pastelera que le haya cobrado, cubro el plato con la pasta y le pido que lo ponga en su horno junto con el pan que hornea, y así es como se hace.
- Pero debe de haber algo especial en las tartas- dijo el hombre-, y quiero descubrir lo que es.
- Muy bien – dijo ella-, sígueme y haz lo que hago y veremos cómo te las arreglas. Veremos si sabes lo que es una receta.
Fueron juntos de excursión por las huertas locales de albaricoqueros. La anciana, como es costumbre es esas partes, fue admitida libremente, mientras que el avaro tuvo que pagar una moneda de cobre antes de que se admitiese recoger tantos albaricoques como desease.
Llevaron los platos al panadero, e hicieron que les pusiese pare de la masa pastelera que le sobraba encima de las tartas. Luego se dedicaron a esperar hasta que éstas estuvieron listas.
Cando las tartas estuvieron horneadas y se enfriaron, las probaron. La tarta de la anciana era deliciosa. Pero la tarta hecha con la fruta escogida por el avaro era en verdad muy ordinaria.
Él meneó el cabeza, perplejo, y luego comenzó a injuriar a la mujer, la llamó impostora por haber introducido algún ingrediente secreto, luego necia por no transmitir el secreto, y finalmente la tachó de bruja en contacto con poderes malignos.
Una vez el hombre se quedó exhausto y se sentó en un banco en el exterior de la panadería, la anciana sonrió una vez más.
- Después de tus resoplidos y tu enojo, tras tus aires de superioridad y confianza en el dinero, tras todo ese absurdo arraigado en el desengaño de falsas esperanzas – dijo ella – te diré dónde te has equivocado.
“Como sabes, a las personas pobres se les permite recoger tanta fruta como deseen en nuestros huertos. En reconocimiento a esto, nunca he tomado la fruta madura y perfecta para mis tartas ya que granjero tiene el derecho a conservar la mejor fruta, de modo que pueda venderla para mantener a su familia. Así que siempre he recogido los albaricoques que no estaban maduros y los demasiado maduros, mezclándolos para mis tartas. Este es el secreto de su maravilloso sabor. Tú, por tu parte, codicias tanto la perfección y la ganancia que, como todos los demás que han buscado mi secreto, tomas siempre la fruta más atractiva. El resultado fueron tartas de albaricoque ordinarias.”
Con estas palabras guardó la bolsa de monedas de oro en su cinturón y siguió su camino.
La codicia, la ansiedad y la compulsión por comparar las enseñanzas sufis con suposiciones anteriores, visible en las reacciones de muchos estudiantes, originan insuficiencias de todo tipo, levantan barreras a la comprensión y ciegan a la gente respecto a cosas que son perfectamente obvias para quienes abordan las enseñanzas de una manera sencilla.
Le preguntaron a un enfermo: “¿Cuál es el deseo de tu corazón?”.
Contestó: ¡Sería el que mi corazón desee!”.
Fuente: http://aldebaranlaestrelladelbuscador.blogspot.com.es/p/el-pais-de-los-idiotas.html
Por la mañana, si embargo, el propietario se dio cuenta de que a los derviches se les había cobrado de mas accidentalmente; el alquiler debía haber sido de diez dirhams, de modo que les envió un portero para que les devolviera cinco dirhams.
El portero no era particularmente honesto y, además, pensó que cinco dirhams entre tres personas eran difíciles de repartir. Se dijo a sí mismo: “Para que los derviches no riñan entre ellos, les daré sólo tres dirhams de vuelta, y me quedaré las otras dos monedas para mi”.
Esto es lo que hizo, de manera que los derviches sólo pagaron doce dirhams.
Esto significa que a los derviches se les cargó doce dirhams y que el portero robo dos: en total, catorce dirhams. ¿Dónde había ido a parar un dirham?
Mucha gente, cuando se les presenta este enigma, cree que, en efecto, hay un dirham desaparecido. Pero, realmente, eso no puede ser, ¿o acaso sí?
Justo, del mismo modo, la gente imagina misterios donde no hay ninguno.
Cuentan de un hombre que solía comer vastas cantidades de comida a la noche y luego oraba de pie hasta el amanecer. Un sabio, oyendo esto, comentó: “Si él comiera la mitad de un pan y durmiera, estaría mejor de lo que está”.
Me quejé a mi Sheikh de que alguien había criticado injustamente mis actividades. Él contestó: “Avergüénzalo por medio de la bondad”.
Los envidiosos no pueden hablar mal de ti
Si atiendes a tu conducta y a tus oraciones.
Cuando la lira está afinada,
¿Cómo puede ser afectada por el afinado?
La tarta de albaricoque
Había una vez, una anciana que había sido famosa durante 30 años por el sabor delicioso de sus tartas de albaricoque. Todo el mundo en kilómetros a la redonda había oído hablar de las tartas y las comían cuando tenían la ocasión. En el curso de los años, cientos de personas la asediaron pidiendo la receta.
Ella continuó haciendo las tartas todos los años durante la estación de la fruta de hueso; distribuía las tartas a diestro y siniestro, pero no le decía a nadie la receta.
Un día, temiendo que la mujer muriera sin haber transmitido el secreto, un hombre rico – quien también tenía algo de avaro al tiempo que amante de las tartas de albaricoque - ofreció una recompensa de cien monedad de oro por el secreto.
No pudo encontrar a nadie que cocinase tartas como la anciana, aunque una multitud de gente solicitase la recompensa, pretendiendo que podía hacerlo. Finalmente, sin embargo, se sorprendió al encontrar a la mujer a su puerta, ofreciendo vender la receta.
- Pensé que nunca se la dirías a nadie – balbuceó el hombre rico.
- Ah, pero primero quería encontrar un signo de sinceridad –dijo la anciana.
- Pero ¿cómo sabes que soy sincero? – preguntó el avaro.
- Tú-dijo la anciana- eres un hombre que ama el oro. Que estés dispuesto a desprenderte de una parte de él, y no digamos cien monedas de oro, muestra, al menos mediante tu propio patrón, que eres sincero. Esto es lo más cercano a la sinceridad que, según parece, podemos llegar en esta región. De modo que te daré el secreto.
El hombre rico se sentía encantado, tomó un lápiz y un trozo de papel y pidió a la mujer que dictase.
- No necesitaras lápiz y papel –dijo ella- ya que no hay mucho que decir. Recojo albaricoques gratis, de los árboles de gente caritativa. Luego añado agua y un poco de miel; y eso es todo lo que hay.
- ¡Pero así es como todos los demás hacen tarta de albaricoque! –exclamó el hombre-- Ciertamente no te voy a dar cien monedas de oro por decirme eso.
- Tómalo o déjalo- dijo la mujer.
- No tiene sentido alguno – dijo el avaro-, pero si el secreto no está en los ingredientes, debe encontrarse en la costra de la tarta. ¿Cómo la haces?
La mujer sonrió.
- No la hago en modo alguno. Me acerco al panadero de la villa y le pido algo de la masa pastelera que le haya cobrado, cubro el plato con la pasta y le pido que lo ponga en su horno junto con el pan que hornea, y así es como se hace.
- Pero debe de haber algo especial en las tartas- dijo el hombre-, y quiero descubrir lo que es.
- Muy bien – dijo ella-, sígueme y haz lo que hago y veremos cómo te las arreglas. Veremos si sabes lo que es una receta.
Fueron juntos de excursión por las huertas locales de albaricoqueros. La anciana, como es costumbre es esas partes, fue admitida libremente, mientras que el avaro tuvo que pagar una moneda de cobre antes de que se admitiese recoger tantos albaricoques como desease.
Llevaron los platos al panadero, e hicieron que les pusiese pare de la masa pastelera que le sobraba encima de las tartas. Luego se dedicaron a esperar hasta que éstas estuvieron listas.
Cando las tartas estuvieron horneadas y se enfriaron, las probaron. La tarta de la anciana era deliciosa. Pero la tarta hecha con la fruta escogida por el avaro era en verdad muy ordinaria.
Él meneó el cabeza, perplejo, y luego comenzó a injuriar a la mujer, la llamó impostora por haber introducido algún ingrediente secreto, luego necia por no transmitir el secreto, y finalmente la tachó de bruja en contacto con poderes malignos.
Una vez el hombre se quedó exhausto y se sentó en un banco en el exterior de la panadería, la anciana sonrió una vez más.
- Después de tus resoplidos y tu enojo, tras tus aires de superioridad y confianza en el dinero, tras todo ese absurdo arraigado en el desengaño de falsas esperanzas – dijo ella – te diré dónde te has equivocado.
“Como sabes, a las personas pobres se les permite recoger tanta fruta como deseen en nuestros huertos. En reconocimiento a esto, nunca he tomado la fruta madura y perfecta para mis tartas ya que granjero tiene el derecho a conservar la mejor fruta, de modo que pueda venderla para mantener a su familia. Así que siempre he recogido los albaricoques que no estaban maduros y los demasiado maduros, mezclándolos para mis tartas. Este es el secreto de su maravilloso sabor. Tú, por tu parte, codicias tanto la perfección y la ganancia que, como todos los demás que han buscado mi secreto, tomas siempre la fruta más atractiva. El resultado fueron tartas de albaricoque ordinarias.”
Con estas palabras guardó la bolsa de monedas de oro en su cinturón y siguió su camino.
La codicia, la ansiedad y la compulsión por comparar las enseñanzas sufis con suposiciones anteriores, visible en las reacciones de muchos estudiantes, originan insuficiencias de todo tipo, levantan barreras a la comprensión y ciegan a la gente respecto a cosas que son perfectamente obvias para quienes abordan las enseñanzas de una manera sencilla.
Le preguntaron a un enfermo: “¿Cuál es el deseo de tu corazón?”.
Contestó: ¡Sería el que mi corazón desee!”.
Fuente: http://aldebaranlaestrelladelbuscador.blogspot.com.es/p/el-pais-de-los-idiotas.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario